Hielo

Él sacudió la cabeza. No podía ser cierto. Llevaba tanto tiempo deseando oírlo…Ella estaba allí, tan fría como siempre, haciéndole parecer que un témpano de hielo podría estar tan caliente como una llama. Y pese a eso, o quizás por ello, él siempre esperaba ansioso los ínfimos instantes que los dos pasaban juntos. Recordaba cada saludo, cada roce voluntario e involuntario, cada mirada suya, cada horrible despedida.

Notó un suave toque en la piel, ella le rozó con la punta de sus dedos, levantándole la cabeza. Las miradas se cruzaron. Los ojos azules frente a los negros, como una muralla helada ante la inmensidad de la nada, y del todo, a la vez. La inmensa tenacidad contra un remolino de sentimientos incontrolables.

Él pudo ver en aquellos ojos lo que se había negado a creer de sus palabras. Pudo ver que ella también ansiaba sus fugaces encuentros, sus palabras llenas de anhelo contenido, sus balbuceantes palabras, su sencillez. De pronto se dio cuenta de que en los ojos de ella había un pequeño atisbo de calidez, de que en su muralla de hielo había finas grietas que amenazaban con romperla, una muralla que le habían obligado a crear, que había estado reforzándola durante demasiado tiempo. Pero ya no la necesitaba. Él nunca le haría daño.

Con un torpe gesto consiguió que ella entendiera que él también la quería con todo su corazón, y que la mantendría a salvo. Entonces, sus ojos parecieron de pronto un poco menos azules, y un poco más humanos, al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa, después de años estando sola.